Creo que fue allá en el 2015, en algún momento de aquel Otoño cogí la gripe (o más bien la gripe me cogió a mí, como dirían en Sudamérica), tuve la gran desgracia, por primera vez de todas las veces que la he padecido, que se me "agarró" a los intestinos. Por lo general toda mi vida un par de veces al año me acatarraba y, en al menos una de esas ocasiones, era sin duda gripe con la mayor parte de los síntomas salvo uno: la diarrea.
Aquel año el virus o lo que sea se cobró y saldó las cuentas con mis tripas incluyendo los intereses debidos en tanto tiempo.
Fue algo salvaje, no me podía imaginar de dónde salía todo aquello sin comer; el dicho de que muchas personas estamos "llenas de mierda" me pareció más verídico y real que nunca en la historia de la humanidad que ha disfrutado de ese gran invento que son los WC.
Hubo un momento en el que estuve a punto de caer desmayado allí mismo, afortunadamente en la soledad de la vivienda pero con la palpitante preocupación de que unas horas más tarde volvería mi mujer encontrándose el dantesco espectáculo de verme en semejante posición inconsciente o ya cadáver.
No fue ninguna broma. Pero en el filo de aquella amenaza, que atenazaba mis manos a la gran taza de porcelana, semejante imagen y posibilidad de dar tal disgusto a la parienta me hizo mantenerme firme a este mundo consiguiendo sobreponerme al trance.
Tras esa enésima descarga del día, y (por fin) vacío del todo, logré llegar arrastrándome a la cama para permanecer en ella unos cuantos días sin moverme ni para ir al baño...
Gracias a Dios mis intestinos no han vuelto a padecer con esas consecuencias el famoso virus responsable de una montonera de muertes cada temporada planetaria de él.
Para todos aquellos que piensan que somos una especie de "dioses" que deambulamos no del todo conscientes de nuestro divino poder, les aseguro que este tipo de experiencias te devuelven rápidamente la certeza de lo humanos que somos.
Pero me sirvió para hacerme una idea de lo que padeció un compañero de trabajo en plena plandemia. La vivencia que tuvo en el hospital que le internaron fue similar, con la diferencia de que los excrementos se expandían por el pasillo en cuyo suelo yacían los enfermos, ya que no todos los pacientes tenían acceso al aseo, siempre ocupado, o directamente: no podían llegar al cuarto destinado para tales menesteres porque ni conservaban la capacidad de levantarse y andar.
La gripe de verdad, no los catarros, enfriamientos y similares; la jodida gripe de verdad te puede matar por las complicaciones derivadas, principalmente neumonía. Y no te libras... en principio.
La última vez que la padecí fue en Enero del 2019. Me encontraba en Budapest y tras un día de estancia le dije a mi mujer que se fuese sola a hacer turismo por aquella, aún hermosa, ciudad: estaba (otra vez) enfermo de verdad; con fiebre, fatiga, dolores y sin apetito . Las siguientes 48 horas me las pasé solo en la habitación del hotel (cuando viajamos cada uno tiene su propia habitación, es caro pero conveniente: ronco como un oso, o un jabalí, a elegir; es imposible dormir conmigo) durmiendo y dormitando sin levantarme para nada.
Recuerdo que tenía calor y dejé todo el tiempo abierta la ventana que daba a la colina del castillo.
De manera recurrente me venía a la cabeza la canción "Je te dis tout" y la imagen de una explanada inacabable y solitaria de nieve en silencio, brumoso e indistinguible horizonte entre gélidos soplos de brisa que arremolinaban fugaces copos sobre piezas de tela verdigris medio enterradas en aquella blancura, que sin solución de continuidad, virginalmente el paisaje completaba con el mismo tono del edredón que me abrigaba.
Los dos días con sus noches se me pasaron de tal manera tan rápidamente que ni me di cuenta. Me vino de maravilla y al tercer día, hasta las trancas lleno con bebidas energéticas del lugar, pude completar el último día de turismo y luego tomar el vuelo para retornar al infernal Madrid.
El infernal Madrid, siempre lleno de ruido y mierda por todas partes. Estaba tan hasta los güevos de la puta ciudad y mis circunstancias como de la puta y jodida gripe. Con esta última nada podía hacer, aparentemente. Pero para amortiguar un poco la violación a la que me somete el entorno y la ciudadanía del puto Madrid, si podía hacer algo: empecé a usar mascarilla en la vía pública en todo momento, a usar tapones de vacío para los oídos y sobre ellos los cascos aislantes de obra protectores auditivos PELTOR (de 3M), ahorrándome en total unos 35 Db. y gafas oscuras, para el Sol, que me gusta pero desde la sombra. Independientemente de las pintas de marciano escapado de algún siquiátrico que, evidentemente, llamaban la atención de más de algún que otro humano y enfurecían histéricamente a algún que otro perro, persistí en seguir con ello independientemente de lo que sudase en Verano o de las miradas alucinadas que algunos me dirigían; opté por hacer un Góngora: "Ande yo protegido, y ríase la gente", aunque en "El Quijote" aparece, evidentemente, "Ande yo caliente..."
Y en estos años desde entonces ha habido algún cambio significativo y notable. El olfato y los oídos se han vuelto extraordinariamente sensibles, de tal modo que mi mujer empieza a pensar que tengo esos sentidos tan afinados como los de un perro; sin duda eso no es verdad, pero mientras que antes era ella la que me superaba por narices y orejas, ahora le doy varias vueltas de ventaja en cuanto a determinar matices y el umbral de percepción que tengo en tales órganos. Se dio cuenta con mis comentarios sobre los perfumes que emplea y al descubrir que, sorprendentemente, he comprobado en fecha reciente que escucho perfectamente los ultrasonidos que se emplean para amaestrar / ahuyentar perros, pero ella no. Estoy seguro de que antes no era sensible a tales frecuencias porque durante el servicio militar no oía el sonido que emitían los silbatos de caneros que empleaba uno de los sargentos encargado de los animales.
Creo que las personas no son conscientes del monstruosamente agresivo entorno que son las ciudades plagadas de gente...
El otro efecto, en principio no relacionado (porque no debería tener relación alguna) ha sido, aparentemente y hasta el momento de escribir estas líneas, que no he vuelto a tener gripe.
Es cierto que he tenido síntomas leves de algún malestar, que, desde el 2020, pasaron a ser esporádicamente más que leves, sencillamente alguna incomodidad un día o dos en la cabeza o la garganta, pero ni siquiera tos o congestión.
En casa se dispone de una máquina purificadora del aire, la compré también allá por el 2019 por mor que quitar un poco la mierda flotante del centro del puto Madrid y su tráfico. ¿Influirá también?
¿Cómo era posible y qué había cambiado?
A lo largo de los años no he dejado de preguntármelo ya que mi mujer si que ha caído enferma, aunque no de manera grave, de hecho hoy mismo lo está todavía aunque ha ido a trabajar, porque no tiene fiebre, claro.
Pero ella no me ha vuelto a contagiar nada y mis compañeros de trabajo tampoco, pese a pasar 10 horas cada día en un área sin apenas ventilación todos juntos, cuando antes del 2020, cuando uno empezaba a toser y estornudar, el resto íbamos cayendo cada uno a su ritmo y cada uno con su mayor o menor afección en los síntomas.
Efectivamente, el 2019 fue mi último año con gripe y algún catarrillo leve. 2020, año hito de muchas cosas, entre ellas el miedo generalizado a caer enfermos por contagio.
Era el mundo al revés en mi caso: me ponía la mascarilla en la calle pero no en el trabajo hasta que lo hicieron obligatorio por ley. Malas miradas y recriminaciones ocasionales. Cuando fue inevitable me compré la LG que me creaba presión positiva y a otra cosa mariposa... No sé cómo el resto pudieron aguantar día tras día medio asfixiados, porque una cosa es portarla una hora o dos, como sigo haciendo hoy en día en mis desplazamientos por la cloaca madrileña, y otra muy diferente tenerla fija durante 10 o 12 horas de trabajo.
Pero no enfermé, aunque solo Dios sabe cuántas veces me he contagiado sin llegarlo a notar debido (supongo) a que llegué a la misma conclusión que unos cuantos más: era imposible no tragarse el virus, antes o después se nos metería en el cuerpo de un modo u otro.
Era pues fundamental tener fuerte el sistema inmune y para eso debía tener en cantidad suficiente a los tres mosqueteros del rey que nos defiende del entorno: A, C, D y el último D'Artagnan en llegar, la K2.
La comida no es suficiente, para eso se inventaron las pirulas de farmacopea y parafarmacia.
Ni que decir que cuando me preguntaban qué tal me había sentado el brebaje milagroso que les estaba salvando la vida me hacía el sueco: no solo ni se me pasó por la cabeza chutármelo, sabiendo lo que iba a suceder, en Mayo del 2020 me compré un sacavenenos por si acaso a punta de pistola o muerte por despido me veía obligado a ello: para ir corriendo al aseo y emplear la máquina de succión (mejorada con aguja de extracción) que hiciere recorrer en sentido inverso aquel maravilloso fluido que tantas alegrías ha dado a sus benefactores creadores y tantas y tantas vidas ha cambiado entre la masa de receptores.
Gracias a Dios no hizo falta, aunque aún lo tengo a mano es poco probable que le de algún uso. Como tristemente le dije a mi mujer aquel Verano del 2020, cuando ya se pergeñaba todo el proceso que seguiría el asunto: "Si la mayoría de la gente lo hace es probable que no lo hagan obligatorio", y efectivamente así fue. España, con una de las tasas más altas y de menos conflictividad no tuvo que plantearse en serio hacerlo obligatorio por ley, aunque hubiesen podido hacerlo con los mecanismos vigentes ya entonces.
A veces, estar en españa rodeado de españoles, no es tan malo...
La cosa es obvia entonces: vitaminas.
Pero mi mujer también las toma y enferma. De hecho la última infección data de la semana pasada y aún le dura, leve, pero gripe (que dura 7 días con médico-medicamentos y una semana sin ellos) / catarro y no me lo ha contagiado pese a compartir vivienda y los besuqueos habituales.
En el trabajo veo a algunos de los beneficiados con varias de las pócimas mágicas para inmunizarse que enferman de la manera habitual con gripes varias y catarros que se prolongan, a veces y en determinados sujetos, semanas y semanas, no es una exageración.
Y yo ahí a pelo sin protección de mascarilla tragándomelo todo, pero sin enfermar, ¿dónde cojones está la famosa "Influenza" que da su nombre a la gripe en Inglés?
Pues puede que donde siempre se ha dicho: en el aire. ¿Pero podría ser que mucho más alto de lo que nos imaginábamos, tal y como postulaba Fred Hoyle & Co.?
¿Podría ser que gracias a la mascarilla en la vía pública (junto a un sistema inmune con el combustible necesario) no llego a tragarme la masa crítica necesaria para desencadenar una reacción en cadena del famoso bicho volador?, que estaría en el aire más presente que en el propio aliento de los enfermos, ¿quizá?...
De todo ello, entonces , ¿ tenemos tesis o hipótesis ?
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