Decía algún articulista del pasado, y no le faltaba razón, que cuando dedicamos en reseña un día al año en conmemoración de algo, ese "algo" lo tenemos que recordar entonces porque el resto del año no lo hacemos...
Y efectivamente, en demasiadas ocasiones así es.
Recientemente ha pasado el día de recordar a los difuntos y, lógicamente, ¿cómo no sentir y dolernos la ausencia de aquellos a los que amamos y ya no están?, ya no tenemos acceso a ellos y el sentimiento de pérdida nos abruma, en algunos casos, hasta la desesperación.
Desde nuestra perspectiva es inevitable, aunque ¿qué clase de creyentes somos?, aquellos que lo sean, claro.
Es decir, los que partieron (para algunas creencias) estarán en un mundo mejor; sin enfermedades ni vejez, sin dolor ni penurias, mientras que nosotros "disfrutamos" precisamente de todo lo contrario. En realidad, caso de alcanzar tal existencia en el Mas Allá, para los que allí logren llegar y visto desde su punto de vista, los "muertos", condenados al infierno, somos nosotros...
Hace ya una década que falleció el padre de mi mujer y aunque aprendió a sobrellevarlo, el dolor sigue ahí, listo a emerger siempre, como la sangre de un volcán que se abre camino en la superficie del recuerdo desde las profundidades del corazón.
Y aunque eso nunca desaparecerá, es más, francamente creo que es algo que de manera sana ha de seguir siendo así hasta el final de sus días, lo cierto es que resulta más amortiguado que en los primeros días de aquella pérdida y separación.
A los pocos días del entierro fuimos para depositar flores sobre su tumba y un poco antes de llegar, empezó a sonar claramente su canción favorita: "May Way", la versión original de Frank Sinatra. El sonido procedía del bolso, lo producía su teléfono, que mi mujer se había quedado hasta decidir qué hacer con él. No pudo evitar llorar sonriendo, mientras lo sujetaba entre las manos, tras localizarlo entre las otras cosas que llevaba.
Aquel cacharro tecnológico se había puesto a reproducir una determinada canción de su banco de memoria, de manera automática y justo en aquel momento.
Seguro que hay una explicación para ello: la última canción escuchada, el teléfono se activó al tocar algo metálico o algún otro objeto del bolso... Pero la sorpresa, el sentimiento y la convicción de estar ante una suerte de pequeño milagro, ahí se queda para la posteridad.
No pude (ni quise) decirle nada que tuviese lógica científica. Simplemente la abracé, y suavemente, le animé con lo que nos gustaría creer sobre los que se van desde la cama de un hospital: "Piensa que lo que duele es la separación, no poder hablar ni abrazarle, pero, puede ser, que cuando se despierte, te vea junto a él al abrir otra vez los ojos. Para ti habrán pasado muchos años, pero para él, habrá sido un instante."
Creo que supo a lo que me refería y no dijo nada que las lágrimas no hubiesen dicho ya.
Siempre hay separaciones, pero no tienen por qué ser para siempre.
Y eso que llamamos "tiempo-espacio" puede ser, al final, un tanto diferente a lo que nos imaginamos.
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Si en realidad nos encontramos en algo que podríamos llamar el "ático del Infierno"... ¿Cómo no iban a tratar de hacer un "agujero en el techo", abrir una "puerta", para "colarse" de un modo u otro en ese otro mundo?, los que creen tener conocimientos y capacidades para ello.
Quizá unos lo intenten a base de tecnología, como el CERN, y quizá otros de un modo relativamente diferente, a la antigua usanza, con rituales y sacrificios que, de alguna manera, les den un cierto acceso a "arriba" para manipularlo y que así, de allí se lo "traigan", sea "abajo"; ¿o al revés?.
¿Quién sabe?...
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