lunes, 20 de junio de 2022

Los Ángeles, Ciudad

 

Fundada por los españoles en 1781 con un nombre muy largo pronto quedó en simplemente Los Ángeles y los anglosajones, siguiendo con las costumbres de abreviar, lo han dejado en un escueto  L.A., dándose el curioso giro, en Español, de seguir la referencia femenina al nombre completo original: Nuestra Señora de los Ángeles.
Aunque, según Wikipedia, es aún más largo: "El Pueblo de Nuestra Señora LA Reina de los Ángeles del Río Porciúncula". No me extraña que al día siguiente la "ciudad" de entonces quedase simplemente en Los Ángeles y Nuestra Señora fuese referido a la iglesia erigida en el lugar.

Como de costumbre, en manos de los anglosajones (gracias a Dios), la zona se convirtió en una ciudad de verdad y digna de admiración, en el polo opuesto de lo que sucedía al sur de la frontera de la California estadounidense y, cosas que tiene la industria, se convirtió en Meca del mundo cinematográfico hasta el día de hoy.

La película de cabecera, posiblemente la mejor del género, retrata perfectamente la realidad de que nunca hay nada "limpio" cuando te mueves entre la suciedad. Es algo similar a entrar en una alcantarilla, da igual que lleves puestas botas de pocero, te pringas y sales con ellas de vuelta a la calle cargando un montón de hedionda inmundicia en las suelas. 
El consagrado "star system" de Hollywood no es algo ajeno a todo ello (hoy en día igualmente) y, si no mienten las malas lenguas, la policía de Los Ángeles es una de las más fáciles de corromper (y más corruptas) de todos los U.S.A. o eso dicen, a saber cuál es en realidad en nivel de corrupción, aunque comparado con lo que hay en México seguro que no salen tan mal parados los agentes de Los Ángeles...

ARS GRATIA ARTIS: Serge Averbukh

Si bien la historia es una fantasía que se basa en un ambiente real que existió en la época, quizá lo más increíble es el final. Evidentemente es una película de machos, hecha por machos y para machos (¡Gracias James Ellroy & Regency Enterprises!) que cae en el ámbito de la ciencia ficción (o la fantasía trasnochada ) cuando una mujer como la protagonista se las pira con un rudo tipo, ya a esas alturas sin oficio ni beneficio, de vuelta a su pueblo.

Evidentemente, simbólicamente, es hacer una suerte de pastoral "retorno a la inocencia" tras el chaparrón de mierda que han atravesado; un volver a empezar de nuevo y esas cosas.
Pero la realidad es que ninguna mujer en su sano juicio cambia la Gran Ciudad por un pueblo, y mucho menos si ha estado envuelta en los oropeles del lujo aparente, por no mencionar el vivir bien de verdad con todo lo que la gran urbe puede ofrecer en sibaritismos y entretenimiento.
Somos los hombres con tendencias cavernícolas y campestres los que, muchos, soñamos con laborar (más o menos) el agro llevando una vida en contacto con la naturaleza y apartados del bullicio y el ruido de las contaminadas aglomeraciones humanas que sarpullen el planeta.
Algún iluso pensaría en su momento que las mujeres son la pieza esencial que nos haría "volver a la tierra" siendo vehiculares de la gracia de la Naturaleza en el campo.
Grave error, a las chorbas les fluye el asfalto por las venas y las comodidades e higiene les son tan necesarias como el aire que respiran. Te las puedes llevar al monte (por una temporada) si hay viviendas que sean como las de las ciudades y no les faltan los productos habituales (en toda su variedad) que se encuentran en las grandes superficies de, por ejemplo, Madrid. Pero, según cada una en su momento, se agobian por la "falta de vida y ambiente" en un pueblo y, antes o después, lucharán con uñas y dientes para volver a las añoradas luces de la gran ciudad.
Esta es la "regla", tendrá sus excepciones e, incluso, habrán hembras que no quieran moverse del pueblo porque la ciudad les asfixia y aturrulla, pero, por lo general, si te vas a vivir a un pueblecito y la femenina urbanita un día desaparece, no suele ser porque se ha ido al monte a meditar, lo más probable es que haya escapado de vuelta a donde no tiene que andar con la azada ni ensuciándose las manos. Y no es para culparlas, en realidad, tienen razón; lo "romántico" de la vida campestre no puede competir con lo práctico, lo sofisticado y lo cómodo de vivir en Pozuelo, Somosaguas o el Barrio de Salamanca.

Me duele tener que admitirlo, pero tienen razón. Una cosa es vivir en el campo con todas las comodidades de la vida moderna y no muy alejados de los centros comerciales y hospitalarios viviendo del dinero que se tiene sin andar con la segadora y las vacas; y otra cosa muy diferente es andar con el motocultor y las ovejas acompañadas pastoreando en el monte para obtener unos magros ingresos en medio del silencio que aporta el viento en el páramo castellano.

Una camarera portuguesa (y pelirroja) que conocí en un lugar bastante turístico como es Puebla de Sanabria (Zamora, España) en los años 90 en la ya extinta Posada de las Ánimas, me lo resumió claramente mientras nos acompañaba invitada a nuestra salud con moscatel aquella solitaria noche en el bar: "Aquí ni haces dinero ni gastas dinero, no vas a ninguna parte. En unos meses creo que me marcharé a Madrid."
Y bueno, al año siguiente ya no estaba tras la barra ni en el pueblo; debió de cumplir sus planes de caminar hacia el mar de luces en la oscuridad que se plasma en el ocaso a la vista desde el Cerro de los Leones en la Sierra de Guadarrama.

En fin, tienen razón y todos pagamos el precio de nuestras elecciones tanto como el de nuestras erecciones, llegado el momento, para un hombre no hay tanta diferencia entre una cosa y la otra.
https://www.youtube.com/watch?v=60bTeETyf1Y
Una pausa y refrigerio en las actividades que requieran tal indumentaria...

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