martes, 21 de junio de 2022

CIUDADES EN EL AIRE

A diferencia de los sueños lúcidos, donde uno se da cuenta de que está soñando y por tanto puede controlar lo que se experimenta en tal estado del cerebro, yo he tenido sueños en varias ocasiones a lo largo de estos últimos 12 años que son un tanto diferentes. Solo recuerdo 2 que han sucedido espaciados por 10 años, más o menos, entre uno y otro. 
Fueron extraordinarios porque no se podían distinguir de la realidad por su claridad así como por la consistencia del escenario, las personas y las sensaciones. 

No me daba cuenta de estar dormido en sueños y por tanto no tenía "control" alguno, pero los recuerdo perfectamente tras todo este tiempo transcurrido; como recuerdo cualquier otra cosa importante de las que me han sucedido en la vida consciente de la vigilia. 
No había metáforas simbólicas ni las típicas incongruencias oníricas de "saltos", transformaciones de objetos, cosas que se difuminan, falta de definición general o bruscos cambios de escenarios ni nada de eso que suele caracterizar los sueños que normalmente se tienen de manera habitual y que al poco del despertar los olvidamos.

Era simplemente estar en una parte concreta de una ciudad, en uno de sus grandes edificios administrativos. En la primera ocasión era ya tarde que se había hecho noche por lo que la luz artificial alumbraba el palaciego corredor por el que andaba caminando hacia una sala no muy grande donde se encontraban unos cuantos escritorios de madera ocupados por funcionarios atareados. Una mujer con aspecto de secretaria me indicó que me sentase en uno que se encontraba sin ocupar. No sabía qué estaba haciendo allí y tras la gran ventana la ciudad se dibujaba con el encanto de las luces sobre las sombras.
Al poco la señora volvió y empezó a dejar varios montones altos de papeles y carpetillas que casi cubrieron por completo la madera de mi mesa de trabajo. 
Ante tales pilas de documentos a revisar y clasificar dejé escapar un suspiro de desánimo y resignación mientras en la sala seguían con sus actividades. Consciente de que era mi primer día de trabajo allí y que...

No recuerdo nada más, si es que hubo algo que se me ha perdido... no lo se.


En la otra ocasión era de día y la luz suave, blancamente diáfana llegaba desde ventanas y tragaluces en lo que eran las plantas superiores de un edificio donde se albergaban los ficheros y archivos de toda la documentación con la que se trabajaba. Subía la escalera de mármol blanco cuyo sentido iba girando a la izquierda hacia el piso superior. Me encontraba siguiendo los pasos en los peldaños de una persona a la que acompañaba, mientras nos cruzábamos con otros que bajaban cargados con montones de papeles. 
Me llamó la atención cómo nos miraban mientras subíamos, porque parecían molestos y resentidos. Pensé que podía ser envidia al ver a un par de privilegiados, aunque se me escapaba el motivo de que nos considerasen así. Quizá era porque íbamos con las manos libres sin cargar nada o porque parecíamos ociosos en el lugar.
LLegamos a su pequeño despacho atestado de montañas de papeleo y archivos, donde, sin embargo, tenía un espacio para tumbarse a descansar.
El resto de la historia es privado entre quien fuese aquella persona y yo.


En cualquier caso, el ambiente que se respiraba era de paz, armonía y, misteriosamente para un lugar de trabajo: felicidad absoluta que te envolvía desbordándote pero sin afectar al normal actuar de las tareas a desarrollar.
Otra cosa que me llamó poderosamente la atención a posteriori fue la limpieza general (nada de pintadas, basura o aberrante fealdad arquitectónica) así como la ausencia de la cacofonía habitual en las urbes.

Decía el Dr. Jiménez del Oso en un editorial de la revista (una u otra, que no me acuerdo en cuál fue) de la que era director en los años 90: "...y ahora hay quienes dicen que cuando te mueres vives en otro mundo con ciudades y trabajos donde hay que cumplir con horarios y pagar impuestos. De ser así, prefiero seguir por aquí una temporada más y pensar que luego descansaremos, ya se verá."
Bueno, supongo que ya sabe desde hace tiempo si tenía razón o no, y ruego mis disculpas porque lo que he escrito atiende a la idea general y no transcribe las palabras que él redactó para una revista que un amigo me prestó hace unos 27 años y que no he vuelto a leer porque ni se cuál podría ser el número para buscarla y comprarla.

No obstante, hay un viejo concepto y palabra acuñada para este tipo de ciudades tan diametralmente opuestas a las nuestras en sentimientos, aspecto, seguridad, habitantes y felicidad donde, pese a todo, se sigue trabajando en alguna ocupación: Jeru = Ciudad + Salem = Paz.
Jerusalem no es un nombre propio, salvo en nuestro mundo; en otros y para otros es simplemente un adjetivo para la ciudad donde discurren sus existencias.

Me encantaría disponer de un vehículo que, alguna vez más, me permitiese llegar a esa gran ciudad donde estuve un par de veces y saludar a quien tuvo a bien invitarme a su despacho. Esta vez podríamos dar un paseo y luego tomar algo frío que nos recuerde aquel luminoso día que disfruté de su compañía.
Sería fantástico, un sueño en un sueño...

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