Habrá quien la halle enterrando la cara o alguna otra parte de la anatomía en según qué sandías, pero, por lo general, mantenerse así indefinidamente, con algún que otro altibajo, es francamente complicado.
En realidad, eso que llamamos felicidad y que, más bien, es un cierto estado de bienestar y tranquilidad, depende de otras cosas, principalmente y por sorprendente que resulte, de la mediocridad.
Cuanto más iguales, en la media, somos, más contentos e integrados nos sentimos. Acontecimientos mundiales en el periodo 2020-2022 han sancionado no solo el natural gregarismo que más o menos todos compartimos; también han refrendado que los comportamientos considerados como normales, son los que, mayoritariamente, reportan mayor satisfacción, ya sea aparentemente o, real y sinceramente.
Esto resulta ser extraordinariamente significativo cuando nos fijamos en la Ventana de Oberton que nos lleva, sin prisas y sin pausas a nuevas normalidades y, por ende, progresivos estados mentales de satisfacción y religiones de amplio espectro compartido.
La Santa y Sagrada Democracia es como funciona, por mayorías y su aglutinamiento en el juego democrático. Los diversos gobiernos de España, a lo largo de las décadas, así lo han atestiguado, asfaltando y consolidando el camino que, más o menos alegremente, recorremos y recorreremos en los tiempos por venir.
La felicidad (bienestar) mantenida a lo largo del tiempo, en occidente (y no solamente aquí, claro) suele coincidir con con la coronación en la cumbre del tipo medio, ese maravilloso 69% que es el cuerpo, corazón y alma de la democracia, el centro de todo y ranitas felices en sus agradables y caldeados entornos.
- ¿Pero por qué?
- Porque no podía soportar que el hijo del pescadero fuera feliz y yo no.
Edmond Dantès & Fernand Mondego, "El Conde de Montecristo"
TOUCHSTONE / SPYGLASS, 2002
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