martes, 8 de septiembre de 2020

Fritz Haber

Químico alemán de ascendencia judía, fue el genio que en 1907 ideó y concretó el proceso de extraer Nitrógeno del aire, algo que proporcionó a la humanidad la capacidad de disponer de fertilizantes para las cosechas de una población siempre creciente y hambrienta. Le fue otorgado el Premio Nobel de Química en 1918 por su invención.

En Europa la situación era tal a comienzos del s.XX que ante la escasez de guano, se buscó el Nitrógeno necesario para las plantas en los huesos. Había excavadores que recorrían Egipto en busca de las tumbas colectivas de la época de los faraones para usarlos en la extracción del necesario y precioso elemento que compone el 78% del aire que respiramos y mucho menor en el producto que se conocía como "harina de hueso". Los comerciantes ingleses habían agotado los yacimientos de Europa donde habían desenterrado más de tres millones de esqueletos incluyendo a los soldados y caballos muertos en las batallas de Austerlitz, Leipzig y Waterloo.

En América las osamentas de más de 30 millones de bisontes fueron molidas para producir fertilizante y la tintura "negro-hueso".

En la BASF junto a Carl Bosch perfeccionaron el "Proceso Haber-Bosch" creando la capacidad de obtener cientos de toneladas de nitrógeno en una fábrica que ocupaba a más de 50.000 trabajadores.

Hay quien lo considera el descubrimiento químico más importante de aquel siglo ya que al multiplicar la cantidad de nitrógeno disponible hizo posible la explosión demográfica que se ha dado en estos cien años.

Una de las facetas menos conocidas de este Caballero fue que se propuso ayudar a su país en la debacle indemnizatoria impuesta por el Tratado de Versalles gracias a una nueva idea: obtener Oro del mar.
Estuvo trabajando durante años recolectando más de 5000 muestras de aguas de los mares del planeta y hielo de los Polos, viajando de incógnito por todo el mundo, ya que había sido declarado (¿Por qué no me sorprendo?) "criminal de guerra" por las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial.
Finalmente tuvo que desistir al verificar que las cantidades en suspensión molecular de las aguas no eran suficientes como para un nuevo proceso químico que permitiese su obtención de forma rentable.

De nuevo en Alemania junto a su equipo crearon un nuevo pesticida con base de cianuro, el famoso "Zyklon", que permitió combatir las diversas plagas que amenazaban las despensas y la salud de la población. Fundó el Comisionado Nacional para el Control de Pestes.

En la Primera Guerra Mundial fue la pieza clave para la supervivencia de la industria de guerra alemana y por extensión de las potencias centrales aisladas por el bloqueo marítimo inglés.
Ya que gracias a poder extraer el nitrógeno del aire, necesario para los explosivos, pudieron seguir luchando. De no haber dispuesto de su proceso industrial, Alemania y el Imperio Austro-Húngaro, Bulgaria y Turquía, se habrían tenido que rendir por incapacidad en 1916 o antes incluso.

Sin embargo, por lo que más se le recuerda en su etapa militar, en la que alcanzó el rango de capitán, fue por ser el artífice del ataque con gas cloro en Ypres el 22 de Abril de 1915. Un gran éxito que fue seguido por parte de los ingleses y los franceses que emplearon con gran entusiasmo e insistentemente métodos iguales en la guerra de trincheras. Pese a ello, no tuvieron problema en declararle criminal de guerra en 1918. ¡Vae victis!...

Tuvo una vida demasiado ajetreada y con muchas amarguras.
A su esposa, Clara Immerwahr, pareció disgustarle sobremanera el empleo de la química para fines bélicos, quedó especialmente impresionada debido al espectáculo de las muertes por asfixia y finalmente cometió suicidio el 2 de Mayo de 1915 en la casa familiar de Berlín.

Tras sus peripecias perseguido por los vencedores y clandestinidad en sus trabajos durante la República de Weimar, optó por escapar una vez más con la llegada del III Reich y murió finalmente el 29 de Enero de 1934 en la ciudad suiza de Basilea al poco de haber cumplido los 65 años.

Entre sus pocas pertenencias encontraron una carta escrita a su primera mujer en la que le confiesa sentir una culpa insoportable, no por su aportación a la guerra, sino porque su método para extraer nitrógeno del aire había alterado de tal forma el equilibrio natural del planeta que temía que el futuro del mundo no perteneciese al ser humano, sino a las plantas, ya que bastaría que la población mundial disminuyera a un nivel premoderno durante solo 20 años para que fueran libres de crecer sin freno, aprovechando el exceso de nutrientes que la humanidad les había legado, para esparcirse libremente sobre la Tierra hasta cubrirla por completo, ahogando todas las formas de vida bajo un verdor terrible.

Información procedente del libro: "Un verdor terrible" de Benjamín Labatut - Editorial: Anagrama.

Efectivamente, puede pensarse con cierta lógica, que gracias al CO2 y al N2 generado por la humanidad, si las lluvias lo permiten y se involuciona tecnológicamente, por ejemplo por colapso energético, los miles de millones de muertos por las hambrunas junto a los billones de toneladas de carbono y nitrógeno de origen industrial, harán del planeta un buffet libre para esos queridos, imprescindibles, por lo general minusvalorados y desconocidos seres: las plantas.

No será como en la obra "El Día de los Trífidos", pero hay toda una biosfera esperando a que desaparezcamos para ocupar nuestro lugar. El reciente confinamiento justificado en base al COVID-19 ha dejado imágenes muy llamativas al respecto.

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