La primera vez que tuve conocimiento de la obra magna realizada por cierto catedrático sudafricano debió de ser allá por 1982, de la mano de algún fascículo suelto de la enciclopedia "LO INEXPLICADO", que me regaló mi padre en alguna de sus visitas al kiosco del barrio. Lo mismo me sucedería en el primer contacto con la obra de H.P. Lovecraft. Tenía 10 añitos y la verdad, las ilustraciones que acompañaban al artículo sobre el escritor de Providence (Rhode Island), me resultaron tan inquietantes como desagradables; en cambio, las que ocupaban las páginas dedicadas a la obra de Tolkien me resultaron indiferentes. Tan solo me llamó la atención (y me gustó) la que ocupa el lugar sobre la palabra "LIBRO" en color bronce de la imagen de arriba. Aparecía junto a un mapa, si no recuerdo mal, al lado de alguna muestra del alfabeto inventado por él, por lo que entendí que debía de ser alguna combinación de letras que significaba algo, un tipo de kanji, aunque en aquel entonces no conocía tal palabra que definía a los ideogramas de algunos idiomas orientales.
Tuve en aquel entonces la impresión de que representaba a un muñequito andando con chispitas (o flores) a los lados y una llamita, o algo así sobre él.
El tiempo pasó llegando a la adolescencia, donde ya me había convertido en lector consagrado y continuado, cuando cayó en mis manos un añoso ejemplar del "Reader's Digest" donde aparecía recogido el relato "El Horror de Dunwich" (HPL 1928) que tuve tiempo de saborear tranquilamente durante unas vacaciones veraniegas en el aislado ambiente del pueblo, sito en una región no muy diferente de la descrita en aquella historia que me acojonó de verdad. Al punto (cómo somos los seres humanos) que desde entonces empecé a recopilar y leer, a lo largo de los años, todo lo que había publicado en Español sobre este extraordinario autor.
Por contra, de Tolkien ni me acordaba. No fue hasta 1988 - 1989 en que un amigo me insistió reiteradamente para que me leyese "El Señor de los Anillos" prestándome el primer tomo, edición MINOTAURO, porque aunque sabía (más o menos) de qué iba la vaina no me llamaba la atención para nada, del mismo modo que Dragones y Mazmorras (dibujos animados) me lo había tragado aunque no era fan en modo alguno; pero gustándome bastante en cambio los libros "Aventura sin Fin" (clara exageración y ecos lejanos a la obra de M. Ende) editados por Timun Mas en aquellos lejanos años 80.
En fin, que me daba igual pero ya que me lo ofrecía... pues bueno, yo era capaz de leer cualquier cosa; no solo de "Cartas a Xaviera" (revista "PENTHOUSE", hay que estar informados) vive el hombre.
Total, que hoy en día lo hubiese dejado sin mucho remordimiento incluso antes de llegar a la casa de Tom Bombadil, pero en aquel entonces siempre llegaba al final, por aquello de terminar lo que se empieza y luego comentarlo con el compadre y tal y tal y tal...
La cosa mejoró un tanto en la zona de los tumularios y, creo recordar, que fue en el "Concilio de Elrond" cuando empezó a interesarme de verdad.
A medida que avanzaba en la lectura, las aventuras y desventuras, me capturó.
Le devolví el primer libro rojo, le transmití mi entusiasmo y agradecimiento solicitándole que me dejase lo antes posible el siguiente tomo.
Al final, al terminar, quedó una sensación de encanto épico y tristeza por acabar las andanzas en aquel mundo que de la mano de Tolkien había seguido viviendo cada instante de la narración de un modo intenso y submerso por completo en los amplios mares de palabras que se interiorizaron como propias en imágenes creadas por aquel fallecido artista de las mitologías preexistentes y la imaginación.
En la Primavera de 1990 tuve mi primer trabajo remunerado y con la primera paga semanal fui derechito con el sobre a comprarme el cofre negro con los tres tomos y los apéndices en el largo desaparecido "GALERIAS PRECIADOS" de Preciados/Callao; compenduim al que aspiraba con anhelo desde que tuve conocimiento de su existencia. Si no recuerdo mal fueron 5500 Pesetas de entonces, un dineral; y hubo pelotera en casa ya que, mis padres (gracias a Dios nada menesterosos) entendían que debería haber entregado el salario y luego ellos ya verían qué hacer con ese dinero.
A tal cosa me oponía yo en redondo, ya que pensaba que si trabajaba (y no vivía en una casa de pobres), era para poder comprarme lo que ellos no me iban a dar por considerarlo caprichos (y en cierto modo así era); por lo que ese mismo Verano se repitió la escena de griteríos y amenazas cuando acabado el curso en el instituto propuse trabajar de camarero para juntar dinero y comprarme (al fin) el capricho que llevaba pidiendo desde hacía años: el VHS, santo grial de mis ambiciones peliculeras y grabadoras de TV.
Pero lo tenía claro: si trabajaba era para tener mi dinero y disponer de él, si no, pues no trabajaba.
Les pareció escandaloso pero al final cedieron (a la sazón ya tenía 18 años) y fue uno de los mejores Veranos de mi vida, donde aprendí muchas cosas, no todas buenas, tras la barra de aquel bar en Entrevías; junto a disponer de la casa vacía para mi solo todo Agosto: una maravilla.
En fin, volviendo al tema. Durante los tiempos sucesivos fui comprando todo lo que iba apareciendo del icono por excelencia popular en la literatura fantástica que sentaría cátedra y muchas más cosas para los que le seguirían (autores y lectores) en este sobrepoblado universo de magos, elfos, enanos y otras criaturas que, pese a existir desde hacía siglos, Tolkien les dio una vuelta fabulosa para realzarlos a una altura que las películas de Peter Jackson universalizarían y acrecentarían hasta cotas de ingresos inimaginables previamente, para lo que se entiende son, al fin y al cabo, "cuentos para niños".
"The Never Ending Story" (Wolfgang Petersen, 1984) fue aceptablemente buena dentro de lo que cabe, pero la trilogía espectacularmente neozelandesa, facilitaría al punto de manifestación visual la teofanía del autor de la saga escrita "El Señor de Los Anillos"; es decir, Sauron, misteriosa criatura después de todo y, al fin y al cabo, no tan nihilista como su Mayor: el intratable Melkor.
Lo había tenido delante todo el tiempo en multitud de libros e imágenes acompañado de las tres primeras letras y el apellido completo a lo largo de 42 años y había sido incapaz de verlo ni entenderlo hasta que, de seguir preguntándome inconscientemente qué era aquello, surgió en un instante la comprensión y la solución.
Tenía al lado a mi mujer y le pregunté lo que yo no sabía hasta el instante anterior: ¿tú qué ves aquí?.
Se lo pensó unos tres segundos y contestó: una J, un par de R y una T, ¿no es lo de Tolkien?
Deprimente pero cierto, a ella no le había costado nada y a mi...
Me pregunto si para otros mortales como yo mismo tendremos delante de las narices símbolos y cosas que no sabemos interpretar correctamente o, sencillamente, somos incapaces de ver pese a que, durante todos los días de la vida, nos estén mostrando a las claras y sin lugar a dudas lo que es, lo que son, y nosotros no vemos porque no lo entendemos o nos falta el concepto para interpretarlo bien o carecemos de conocimientos, o resulta esquivo el punto de vista adecuado...
En cualquier caso yo sigo viendo, el ahora descifrado anagrama, como una criaturita caminando, con los brazos a los lados y dando un paso, con alguna flor o estrella arriba y abajo, con una simpática llamita o pluma sobre el sombrero plano...
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