Evidentemente cada persona, según su concepción del mundo, percepción e imaginación, en la imagen de arriba verá unas cosas, otras, o nada; como sucede con algunas nubes que en el cielo, a veces, parecen efímeras figuras de algo familiar y conocido, fruto del continuo esfuerzo de nuestro cerebro por dar coherencia y significado a toda la información proporcionada por nuestros sentidos, especialmente la vista, configurada una parte muy especial del cerebro a la detección e interpretación de las caras y sus expresiones.
Por eso podemos llegar a ver, sin dudas, un rostro humano en las borrosas luces y sombras de aquellas famosas primeras fotos de la VIKING 1, el 25 de Julio de 1976, que la NASA tomó en la norteña región Cydonia de Marte.
La primera siempre Müse, sin ella no hay inspiración ni motor que me mueva; añadiendo en este caso también mi profunda gratitud y admiración a D. Eliseo y su canal de vídeo "Eliseo López Benito", así como también al asombroso trabajo de D. Héctor y su canal "MONDO INCÓGNITO", ambos en YOUTUBE y ambos imprescindibles para sacar a la luz lo que reside a simple vista en la sombra de las rocas atemporales y el arte, ya en tiempos históricos, de sofisticadas obras en piedra / geopolímeros, sin ellos no hubiese sido posible este pequeño reportaje gráfico.
La ¿erosión? parece haber sacado "a cucharadas" unas buenas porciones de la gran piedra a la derecha.
Para el futuro, sine die me temo, queda pendiente una exploración más concienzuda; aquel día tenía mi particular competición contra Kronos para recorrer el máximo, completar tareas y estar de vuelta en Madrid a la hora de la cena para no soliviantar a la parienta.
Digan lo que digan esos cuatro agujeros no son naturales, se tomaron el tiempo y esfuerzo necesarios para perforar el granito de manera equidistante y alineados. No creo que fuese por aburrimiento, seguro que tenían una finalidad de la utilidad que fuera.
Otra muestra de trabajo realizado con intención inequívoca de que fuese así y no de otra manera. El agujero da a una cavidad en la parte superior de esta gran pieza en forma de cuña de la cual tan solo vemos aquí su extremo Este.
Una sugestiva y sugerente formación rocosa perfilada en la meseta me deja encandilado por su estructura y recovecos. Que yo sepa no es zona de pinturas rupestres, y tampoco creo que haya alguna secreta cavidad donde un esqueleto gigante aguarda a que alguien le birle su espada de acero atlante... Pero una aventura en solitario por sus hendiduras y huecos, sin ser espeleólogo ni escalador, sin equipo adecuado, tras metros de rocas que bloquean las señales de las antenas de telefonía y los celulares... No solo tenía las horas contadas para volver a casa, tampoco había dejado la hoja de ruta a realizar y si no aparecía, nadie sabría dónde buscarme. En un par de ocasiones dos grandes rapaces me sobrevolaron curiosas, pero no fue lo único que rondaba sobre mi cabeza, más inconsciente que advertido de ello, también planeaba sobre mí la historia de Aron Ralston y sus "127 HORAS", yo posiblemente no hubiese durado tanto si caigo en algún lugar del que no se pueda salir o te rompes una pierna con un mal paso entre las grietas. He hecho rutas de cabras, con pequeños saltos incluidos, en muchas ocasiones toda mi vida y nunca me he caído ni me he torcido un tobillo, pero es preferible no tentar a la suerte. Si Dios quiere que haya una próxima vez, le dejaré a la parienta las coordenadas exactas para saber dónde buscarme, caso de que hubiere que hacerlo, ya veremos...
El Sol estuvo presente a ratos prolongados, lo suficiente como para darle un buen contraste a las fotos y, también, quemarme la cara, rematada por una encarnada nariz teñida por el frío viento que soplaba con ganas, pero no pude evitar hacerme algún autorretrato más para inmortalizar el momento en el que iniciaba el camino de vuelta hacia abajo.
La sonrisa de satisfacción no es solo porque, efectivamente y como esperaba, no hubo presencia humana durante toda la jornada, pudiendo disfrutar en íntima soledad aquel lugar; también es porque seguía impresionado por el cumplimiento del principal objetivo de aquel viaje: un sacrificio de sangre (propia) en el altar, aparentemente, fue aceptado y sellado de una manera tan especial que aún hoy, un año más tarde, cuando veo el resultado, encapsulado herméticamente para que no le afecte el aire, me conmuevo asombrado y encantado de tenerlo entre mis manos, el documento que me demuestra que lo que recuerdo no fue un sueño.
Un buen rato más tarde, ya en el pueblo, aguardaba el pequeño urbanita por excelencia; esa peculiar máquina que fue el caballo de batalla diario de mi mujer desde el 2004 y que nos ha llevado durante ya casi veinte años por España, Francia, Portugal e Italia, hasta que ella se compró su hermano eléctrico (todavía tengo pendiente cambiarle el conjunto del embrague a este fiel compañero de kilómetros y vivencias), dejando a mi cargo esta pieza de ingeniería en metal y plástico que, como una nave del tiempo, me llevaría de vuelta, una vez más, al cacofónico infierno de Madrid desde las borrascosas cumbres del santuario de los dioses de las piedras...
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